2 may 2016

DOS GRANDES NOVELAS

Amigos: en un breve espacio de tiempo he tenido el privilegio del presentar dos extraordinarias novelas de autores afincados en Málaga: "Tras la guarida", de Rafael García Maldonado y "Tulipanes y Delirios", de Luis Sanz Irles, cuya lectura recomiendo vivamente. Aquí os dejo las reseñas de las dos. 


Presentación de  “Tras la guarida” de Rafael García Maldonado, presentado en el Centro andaluz del Libro el 30 de Marzo de 2016
Editorial Anantes

http://playadeakaba.com/?q=obras/tras-la-guarida




El  drama ocurre en la guerra civil, pero pervive en el recuerdo y en la conciencia de los que lo vivieron: un grupo de amigos entrañables del pueblo inventado de Majer- como dice Rafael, su territorio mítico- en el que no es difícil  rastrear un pueblo malagueño. Ese grupo de amigos, sensibles e ilustrados, llenos de juventud y de ilusiones, son  Tomás, su cuñada Manuela, un hermano de ésta, Martín, un doctor borrachín pero entrañable, el doctor Rey,  y un personaje fascinante (que recuerda al “Visitante” de la famosa película de Passolini, “Teorema”), Javier Aviraneta, un boticario procedente de Bilbao que cambia la vida de todos.  Entre todos ellos brujulea Pedro, un niño abandonado, acogido por Tomás, y que crece entre ellos, convirtiéndose en un testigo de sus peripecias, agobiado por el enigma del drama que se oculta en las relaciones del grupo, y que le atormenta a lo largo de los años hasta que al final, en el presente, parece llegar a comprenderlo o, al menos, a intuirlo.

La novela está escrita en el más puro estilo “faulkneriano”, con monólogos interiores, con la inclusión de múltiples narradores o puntos de vista y con saltos de tiempo dentro de la narración. Una narración, por tanto, sincrónica/diacrónica que el lector debe recomponer y que se ofrece con toda su lógica e intensidad una vez logrado. Los cortes temporales son, 1933, antes de la guerra, en donde las amistades se fraguan en un tiempo feliz y esperanzado; 1939, cuando la guerra ya se ha decantado por un  bando; 1942 y 1944, los años de la inmediata postguerra en la que la realidad se ha transformado en una espesa negrura de vergüenza, oprobio y miedo; y la actualidad, en 1988, donde los supervivientes hacen balance de sus recuerdos e intentan, sin conseguirlo, cerrar un episodio terrible de sus vidas, buscando una cierta paz  a la vez que se ahogan los recuerdos.

Bastante claves da ya la contracubierta de la novela y no quisiera añadir ni un ápice más para no desvelar el drama. Pero, efectivamente, uno de los amigos, el que yo llamo “El visitante”, Javier Aviraneta, (cuya ausencia está presente en toda la obra con una enorme intensidad), es nombrado alcalde durante la República ante el alborozo y la admiración  de todos, pero no era consciente de que, pocos años después, y tras la tragedia de la guerra, las tornas cambian y va a ser su gran amigo Tomás el que sea nombrado alcalde franquista que, con la complicidad del resto del grupo, lo oculta durante un tiempo en una cabaña del bosque, con alto riesgo de su propia vida ante la inmisericorde y sangrienta persecución de los sicarios del régimen, en esos años terribles y silenciados que ahora vuelven y se revuelven con  la Ley de la Memoria Histórica, entre la justicia y la imprudencia.

Los dramas personales de amores prohibidos e imposibles que enturbian la relación del grupo se inscriben, pues, en el trasfondo de la guerra civil y sus secuelas, que no constituye aquí un decorado inerte sino un  principio activo, un personaje más y determinante, pues  no es el contexto el que agudiza el drama, sino el que mayormente lo genera, con su atmósfera enrarecida que asfixia toda posibilidad de libertad.

La novela, como decimos, fragmentada en discursos polifónicos y en “feed backs” temporales nos depara  la posibilidad de disfrutar de un doble placer: el de vivir la pasión que encierra y el de gozar de la habilidad de su estructura, algo que solo está reservado para el buen lector, para el lector atento. El placer de escuchar música o el de admirar un cuadro es doble si, además de aficionado, eres profesional de la música o de la pintura, conocedor de la belleza que encierra el fondo y la forma, pero también el propio proceso constructivo de la obra. Con la lectura no pasa eso. No se precisa ser escritor para disfrutar de igual manera con la lectura, sino simplemente ser un buen lector, atento y sensible.

La prosa de la novela es de una sorprendente contención, precisa, directa  y madura y no necesita regodearse en una barroca adjetivación para describir  las más delicadas situaciones y sentimientos. Es una novela realista pero, intercalados entre los capítulos en los que cada personaje reflexiona en distintos estratos temporales, en un rompecabezas que el lector  tiene que  recomponer, aparecen otros en cursiva enigmáticos, oníricos, desconcertantes, una especie de voz de ultratumba que el lector debe asignar a uno de los personajes, manteniendo el misterio de su autoría y su condición a lo largo de toda la obra. Confieso que al principio estas intrusiones desconciertan, pero cuando uno averigua- o se imagina- lo que pasa, el texto se carga de una enorme intensidad dramática,  triste, poética, nostálgica…como siempre lo es la rememoración del tiempo irremisiblemente perdido, de lo que pudo ser y no fue. Parece ser que el enigma de esa voz en off y en cursiva va a resolverse en el último capítulo, titulado “el por qué”, un por qué para el que el autor ha dejado suficientes pistas…o demasiado pocas, porque al final queda una sensación de obra abierta, de que el enigma perdura, porque lo cierto es  que la historia sigue vibrando en el espectador mucho tiempo después de concluida la última página. Así pues, la guerra es el contexto y principio activo del drama, pero el enigma que encierra es el punto de llegada, requisito de toda buena narración como pedía Walter Benjamin…aunque una vez llegado, como el viaje de Ulises, quede la pulsión irreprimible de ir un poco más allá.

Novela, pues, bellísima, admirablemente escrita y estructurada (o de-construida, para que el lector haga el esfuerzo de atención que el autor reclama al principio y que al final agradecerá), “faulkneriana” en su concepción, en la que salen a relucir las tres Españas del 36, que diría Paul Preston, en el reflejo de unas vidas, de unos personajes destinados a una existencia feliz truncada por un destino que va unido al de nuestro irredento país, que parece no acostumbrarse a la hiperventilación que le  produce el uso de la libertad. Un país que guarda en el armario las negruras inquisitoriales de Goya o Solana y que las saca a pasear de vez en cuando. Un país y una época cuyos horrores  es bueno narrar, no sólo en la simple objetividad de la Historia- con ser ello importante- sino en el reflejo que producen en los seres cotidianos, en los dramas individuales de las familias y grupos rotos, en la humillación y en la vergüenza que habrán de reverberar durante mucho tiempo, el suficiente como para que sean tan fuertes los sentimientos de la memoria, pero también los de la necesidad del olvido. Una España de posguerra en un pueblo cualquiera, el territorio mítico, a la vez real o hiperreal de Majer, un pueblo humillado donde el único refugio, el único bastión de dignidad, acaba siendo un burdel. 




                José Antonio Montano, el autor, Luis Sanz Irles y Salvador Moreno Peralta


Presentación de "Tulipanes y Delirios", de Luis Sanz Irles, por José Antonio Montano y Salvador Moreno Peralta, 2 de Mayo de 2016, Instituto de Estudios Portuarios de Málaga

http://www.edicionesalfar.es/web/index.php/nuestro-libros/novedades/item/117-tulipanes-y-delirios

Cuando hace cuatro años la editorial Alfar publicó la  perturbadora novela de Luis Sanz Irles “Una callada sombra”- algo más que un thriller político-  irrumpía en el panorama literario una obra que era ya madura a pesar de ser la primera novela del autor, lo cual se explica por varias razones: un largo período de entrenamiento con un libro de poemas, varios relatos cortos, un sinfín de artículos en prensa pero, sobre todo, por la propia peripecia personal de Luis: un polvorín de inquietudes, un trotamundos, un curioso impertinente, como los viajeros de la Ilustración, capaz de saltar de la sociología o la economía  a la literatura, de la ciencia a las artes, de Ulrich Beck a Tolstoi, un hombre con historias a sus espaldas, políglota, un extraordinario lector  de autores perfectamente elegidos y un cosmopolita de lo cotidiano, que apunta en su cuaderno de viaje los mil detalles de todos esos mundos que se encuentran en éste.

José María Valverde, en su extraordinario Prólogo del Ulyses de Joyce, decía que la ciudad (en ese caso Dublín) y la vida del autor, forman el material de la obra. Con Luis Sanz, indisimulado admirador del dublinés, podemos decir otro tanto: “Una callada sombra” y  la novela que hoy presentamos, “Tulipanes y Delirios”, están confeccionadas con retazos de la vida del autor y de las ciudades que le marcaron, especialmente aquellas en las que asentó durante  un tiempo su culo de mal asiento y cuya esencia vivió y se bebió a chorros: París, Amsterdam, Venecia….aunque al final, las ciudades que constituyen el biotopo de sus personajes sean todas la misma ciudad: la Ciudad, lo urbano, lo densamente urbano que propicia los encuentros, los desencuentros, las pasiones, los desencantos, la creación de los fundamentos épicos de la existencia humana y el inexorable designio que conduce a  sus frustraciones, la ciudad oscura, nebulosa y gris  por la que una especie de sonda intracorpórea con una lucecita en la punta intenta abrirse paso trabajosamente en busca de una improbable felicidad.  Resulta paradójico que, en manos de un conspicuo materialista dialéctico como Luis, sus personajes al final queden tan inexorablemente atrapados por el Destino.

Pero, como podría haber dicho Umbral, aquí hemos venido a hablar de su libro,  “Tulipanes y Delirios”,  y no a divagar. Consignemos la dificultad  que entraña hablar de una novela que aún no se ha publicado, y ante un público que aún no la conoce. Si contamos de ella algo más de lo que el editor  se  atreve a decir en la contratapa, corremos el riesgo de destriparla, y nos habríamos lucido con esta presentación. Así pues, para no ser ni indiscreto ni pesado, lo único que se me ocurre es intentar transmitirles  a ustedes  el entusiasmo que a mí me ha producido esta novela  y algunas claves para disfrutar con su lectura. La clave es simple: se trata de un laberinto con una entrada y con un final, y la mejor forma de recorrerlo es dejarse llevar por la segura guía de una  narración espléndida, envolvente y de enorme eficacia descriptiva. Eso sí, mejor que la lean de un tirón o dos, porque aparte de recibir el premio de vivir una historia intensamente humana, disfrutarán del placer de su construcción literaria.

El protagonista de esta novela es Eugenio, un filólogo que trabaja en la emisora de Radio holandesa para emigrantes  y al tiempo ejerce de  contable para un rufián. ¿Los personajes?: un retablo casi valleinclanesco de emigrantes españoles y latinoamericanos escapados de lo que en la década de los setenta del pasado siglo eran sus asfixiantes países, aluvión de personajes asentados en un Amsterdam concebido inicialmente como refugio y  tierra de promisión. ¿Los lugares?: los bares, restaurantes, casas de acogida y garitos por los que pulula esta fauna humana que es “La colonia”: El Hispania, El Trotamundos, El Relicario, El Verdi, El Baby Bell, etc. En ellos se escenifica la supervivencia,  los encuentros y desencuentros de vidas truncadas, incompletas, de seres que arrastran el estigma de un fracaso que va minando poco a poco cualquier anhelo de una pequeña felicidad, no digo ya de plenitud; unos seres que constituyen mundos, pequeños mundos tristes, y a la vez cómicos, nimios, concéntricos y tangentes, burbujas que flotan y chocan al azar dentro de una burbuja mayor y empañada de la que parecen querer escapar y no pueden; están atrapados, como aquel misterioso grupo de burgueses en el  buñueliano Àngel Exterminador, que no podían salir de la casa, sin nada aparente que se lo impidiera.

Esa burbuja puede llamarse Ámsterdam, un Ámsterdam que es una atmósfera brumosa, un territorio mítico, un lugar de acogida y, al mismo tiempo, un sino,  una maldición. Àmsterdam es aquí una metáfora: esta ciudad, como las ciudades nórdicas centroeuropeas son en realidad ciudades maravillosas en la medida en que sus ciudadanos han construido allí prodigiosos artificios urbanos en medio de  la hostilidad del clima, en la ausencia de sol. Pero hay como un lado vegetal en la naturaleza humana que necesita algo de ese  sol para desarrollar la función clorofílica de su espíritu, y como   los artificios  de la civilización no bastan para satisfacerlo, por eso reclaman la huida. Los personajes de la colonia española están seguramente construidos con retazos de aquella fauna con la que  Luis debió convivir  en sus años holandeses: fragmentos de humanidad ensamblados por el autor en unos personajes sin duda más reales en el papel que aquellos de los que pudieran haber sido reflejo. (Èsa es la clave de toda buena novela)  Estos personajes quisieran escapar, pero están  atrapados por el destino; personajes pirandellianos a la búsqueda de una razón, de algún artificio que les permita justificar el hecho de  vivir fuera de su medio natural;  peces fuera del agua,  con una enorme capacidad para seguir viviendo (o malviviendo) fuera de ella, aleteando espasmódica, compulsiva y  dramáticamente. Vivir fuera del medio natural es una forma de cautiverio y cuando se sobrevive en cautiverio la dignidad humana se acaba resintiendo, aparcando los referentes, la moral, la amistad y los afectos…(Exagerando un poco, es lo que ocurre en los campos de concentración). En la anterior novela, “Una  callada sombra”, la férrea disciplina de un partido político era una forma de cautiverio y también allí se desdibujaba la frontera entre la ideología liberadora y el fanatismo asesino…….Pero la vida encierra en sí misma el milagro de su incontenible y tanto en los más pútridos cenagales como  en los momentos más inicuos  acaban floreciendo los brotes verdes de la dignidad y la ternura. Es emocionante ver cómo entre la dureza cortada, seca y desgarrada de unos tipos cruzados de cicatrices  emerge aquí  el contrapunto de  esos destellos de ternura.
  
La peripecia de Eugenio, el protagonista, es un viaje (toda narración es un viaje, decía Walter Benjamin), un viaje personal en torno a un mismo lugar geográfico, ese Ámsterdam en el trasfondo, la voz en off de un Ámsterdam que no habla pero que  musita, insinúa, condiciona, envuelve…. Aunque los personajes lleven allí mucho tiempo, la acción de la novela transcurre durante  un corto  tramo de sus vidas en el que el futuro no es ya  que sea  negro o rutinario, es que añoran simplemente que lo haya, por eso atisban las luces del regreso como cuando se entrevé un paisaje claro a través del ventanuco de una cárcel  de muros infranqueables. Mientras estén ahí, la vida – en ese tramo- no precisa de más justificaciones que las de lidiar con lo cotidiano, buscando los fármacos que les ayuden a sobrellevar la enfermedad del presente, porque el presente, cuando no se vislumbra futuro, es una enfermedad. Estos fármacos, como los tranquilizantes, dependen de su composición y  la intensidad de su dosis; los hay ligeros, como el verse, relacionarse y engañar las soledades  en los garitos de la “colonia”;  y los hay más duros, como el sexo y las drogas. El sexo y las drogas son la ficción con la que unos seres atrapados  se convencen a sí mismos de que han atravesado la burbuja que les retiene, hasta que vuelve la triste realidad del  post-coitum o  el  devastador síndrome de abstinencia, o sea, el “mono”.

 En esos siete meses que van desde que Eugenio, el protagonista, inicia su relato parafraseando al Buck Mulligan del Ulyses en la figura del extravagante Santos Cea sobre  el mostrador de El Relicario hasta el conmovedor final, los tiempos transcurridos son distintos- unos más lentos, otros más precipitados- pero todos   tienen su propio tratamiento narrativo y, por tanto, su verdad. (Ya explicaba Vargas Llosa en “La verdad de las mentiras” que “la soberanía de una novela no resulta sólo del lenguaje en que está escrita. También de su sistema temporal, de la manera como discurre en ella la existencia: cuándo se detiene, cuándo se acelera y cuál es la perspectiva cronológica del narrador para describir ese tiempo inventado”).   No es lo mismo la huella del tiempo en los personajes al principio de los hechos narrados  que al final, y es este aspecto, la adaptación del lenguaje a las distintas intensidades de los sucesos,  lo que me parece verdaderamente magistral, algo sorprendentemente bien resuelto para quien solo tiene dos novelas en las librerías. Háganme caso y fíjense en esto que les apunto cuando lean la novela: pocas veces encontraremos una fusión más estrecha entre lo que se cuenta y el cómo se cuenta. Cada situación se hace acompañar de su velocidad y estilo justos: utiliza la técnica del asíndeton (ya saben: acude, corre, vuela, traspasa la alta sierra, ocupa el llano….de Fray Luis de León, con  la ausencia de conjunciones copulativas y disyuntivas), para las descripciones rápidas y la máxima acumulación de referencias con las que se consigue la completa descripción ambiental; recurre ahí a la complicidad del lector, pulsando su memoria sentimental al suministrarle eslóganes, anuncios de radio, letras de coplas populares, latinajos, etc (trasunto narrativo de las artes plásticas:  expresionismo, cubismo, “collage”, de nuevo el Ulyses)….son todas ellas  fórmulas expresivas que evocan y definen tiempo, lugar y memoria. Se regodea con minuciosidad de detalles, en tiempo real, en las secuencias de sexo, porque aquí el sexo, y perdonen la expresión, no es cuestión de un “metisaca” taurino.  Otras situaciones están tratadas con estocadas certeras hasta la bola de inmediato efecto pero, como hemos dicho, aquí el sexo, como las drogas, tiene otro significado en el cautiverio de esta burbuja. Sólo en un perturbado o en un censor de los antiguos podrían  provocar estos pasajes una pulsión erótica (bueno, la verdad es que alguna perturbación sí provoca, a qué negarlo…),   pero lo que realmente  hay ahí es un trasfondo de desesperación, de necesidad de escape, de suspensión alucinógena del tiempo. Los personajes se agarran al sexo como los náufragos al tablón en mitad del océano. Hay algo de crispado, de trágico o incluso de fúnebre en estos pasajes, como si el nubarrón negro y tormentoso  del “Tánatos” se cerniera sobre el  subterfugio fugaz y placentero del “Eros”. En otras ocasiones el autor recurre a un largo devaneo surrealista para contar un “tripping” bajo los efectos de la droga, la otra ficción del escape. O sea, tiempo y estilo perfectamente adecuados a la acción.   Y ya termino.

Por la acumulación de los variopintos personajes entrelazados, pudiera pensarse que estamos ante una obra coral y polifónica, pero nada más lejos de ello: todo está ensartado por el monólogo interior del protagonista, una voz que se va modulando a lo largo del relato, una voz que hace saltar hacia el lector todos los más secretos e inconvenientes pensamientos íntimos de los personajes, incluido él mismo. Una voz que, como la de Balzac, Zola, Flaubert, Tolstoi, Joyce, y, en cierto modo,  Tanizaki… saca belleza desde las sombras de la miseria humana, porque la miseria humana es materia de belleza si se abandona el prisma de la moral convencional y se la mira de frente, sin prejuicios. En esta novela se mira la realidad desprejuiciadamente, con esa desnudez primigenia que es condición  para que la literatura sea un arte, un espejo de la realidad más oculta y una forma incisiva de profundizar en el conocimiento de lo humano.
Si esto es así- y en mi opinión, lo es- no nos costaría mucho trabajo concluir que, aunque estemos hablando de prosa, lo que hay aquí, a la postre, es …poesía.



Salvador Moreno Peralta


2 comentarios:

  1. Querido Amigo:
    Siendo noche en tu amada España, quiero agradecerte la recomendación de los libros. Encuentro las reseñas totalmente fascinantes y emocionantes, debido a las bondades del avance tecnológico podemos disfrutar de estos tesoros aun en grandes distancias, esperaré la gestión sea ágil y los pueda tener en casa pronto.

    Para los autores mi respeto, admiración y total apoyo.

    Por tu tiempo y cercanía. Infinitas gracias, es muy agradable y enriquecedor que nos regales novedades de este tipo... Aùn queda mucho por contar...

    Misslen.

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    1. Misslen...me ha resultado especialmnente emocionante el primero, "Tras la guarida", de un joven farmacéutico excepcionalmente dotado para la literatura (está en la línea Faulkneriana, pero menos complicado). Solo tiene un fallo: la portada es muy bella, pero deja intuir cosas que no deben saberse desde el principìo.
      un abrazo,
      Salvador

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