Presentación de “Tras
la guarida” de Rafael García Maldonado, presentado en el Centro andaluz del Libro el 30 de Marzo de 2016
Editorial Anantes
http://playadeakaba.com/?q=obras/tras-la-guarida
El drama
ocurre en la guerra civil, pero pervive en el recuerdo y en la conciencia de
los que lo vivieron: un grupo de amigos entrañables del pueblo inventado de
Majer- como dice Rafael, su territorio mítico- en el que no es difícil rastrear un pueblo malagueño. Ese grupo de
amigos, sensibles e ilustrados, llenos de juventud y de ilusiones, son Tomás, su cuñada Manuela, un hermano de ésta,
Martín, un doctor borrachín pero entrañable, el doctor Rey, y un personaje fascinante (que recuerda al
“Visitante” de la famosa película de Passolini, “Teorema”), Javier Aviraneta,
un boticario procedente de Bilbao que cambia la vida de todos. Entre todos ellos brujulea Pedro, un niño
abandonado, acogido por Tomás, y que crece entre ellos, convirtiéndose en un
testigo de sus peripecias, agobiado por el enigma del drama que se oculta en
las relaciones del grupo, y que le atormenta a lo largo de los años hasta que
al final, en el presente, parece llegar a comprenderlo o, al menos, a intuirlo.
La novela está
escrita en el más puro estilo “faulkneriano”, con monólogos interiores, con la
inclusión de múltiples narradores o puntos de vista y con saltos de tiempo
dentro de la narración. Una narración, por tanto, sincrónica/diacrónica que el
lector debe recomponer y que se ofrece con toda su lógica e intensidad una vez
logrado. Los cortes temporales son, 1933, antes de la guerra, en donde las
amistades se fraguan en un tiempo feliz y esperanzado; 1939, cuando la guerra
ya se ha decantado por un bando; 1942 y
1944, los años de la inmediata postguerra en la que la realidad se ha
transformado en una espesa negrura de vergüenza, oprobio y miedo; y la
actualidad, en 1988, donde los supervivientes hacen balance de sus recuerdos e
intentan, sin conseguirlo, cerrar un episodio terrible de sus vidas, buscando
una cierta paz a la vez que se ahogan
los recuerdos.
Bastante
claves da ya la contracubierta de la novela y no quisiera añadir ni un ápice
más para no desvelar el drama. Pero, efectivamente, uno de los amigos, el que
yo llamo “El visitante”, Javier Aviraneta, (cuya ausencia está presente en toda
la obra con una enorme intensidad), es nombrado alcalde durante la República
ante el alborozo y la admiración de
todos, pero no era consciente de que, pocos años después, y tras la tragedia de
la guerra, las tornas cambian y va a ser su gran amigo Tomás el que sea
nombrado alcalde franquista que, con la complicidad del resto del grupo, lo
oculta durante un tiempo en una cabaña del bosque, con alto riesgo de su propia
vida ante la inmisericorde y sangrienta persecución de los sicarios del
régimen, en esos años terribles y silenciados que ahora vuelven y se revuelven
con la Ley de la Memoria Histórica,
entre la justicia y la imprudencia.
Los dramas
personales de amores prohibidos e imposibles que enturbian la relación del
grupo se inscriben, pues, en el trasfondo de la guerra civil y sus secuelas,
que no constituye aquí un decorado inerte sino un principio activo, un personaje más y
determinante, pues no es el contexto el
que agudiza el drama, sino el que mayormente lo genera, con su atmósfera
enrarecida que asfixia toda posibilidad de libertad.
La novela,
como decimos, fragmentada en discursos polifónicos y en “feed backs” temporales
nos depara la posibilidad de disfrutar
de un doble placer: el de vivir la pasión que encierra y el de gozar de la
habilidad de su estructura, algo que solo está reservado para el buen lector,
para el lector atento. El placer de escuchar música o el de admirar un cuadro
es doble si, además de aficionado, eres profesional de la música o de la
pintura, conocedor de la belleza que encierra el fondo y la forma, pero también
el propio proceso constructivo de la obra. Con la lectura no pasa eso. No se
precisa ser escritor para disfrutar de igual manera con la lectura, sino
simplemente ser un buen lector, atento y sensible.
La prosa de la
novela es de una sorprendente contención, precisa, directa y madura y no necesita regodearse en una
barroca adjetivación para describir las más delicadas situaciones y
sentimientos. Es una novela realista pero, intercalados entre los
capítulos en los que cada personaje reflexiona en distintos estratos
temporales, en un rompecabezas que el lector tiene que
recomponer, aparecen otros en cursiva enigmáticos, oníricos,
desconcertantes, una especie de voz de ultratumba que el lector debe asignar a
uno de los personajes, manteniendo el misterio de su autoría y su condición a
lo largo de toda la obra. Confieso que al principio estas intrusiones
desconciertan, pero cuando uno averigua- o se imagina- lo que pasa, el texto se
carga de una enorme intensidad dramática, triste, poética, nostálgica…como siempre lo es
la rememoración del tiempo irremisiblemente perdido, de lo que pudo ser y no
fue. Parece ser que el enigma de esa voz en off y en cursiva va a resolverse en
el último capítulo, titulado “el por qué”, un por qué para el que el autor ha
dejado suficientes pistas…o demasiado pocas, porque al final queda una
sensación de obra abierta, de que el enigma perdura, porque lo cierto es que la historia sigue vibrando en el
espectador mucho tiempo después de concluida la última página. Así pues, la
guerra es el contexto y principio activo del drama, pero el enigma que encierra
es el punto de llegada, requisito de toda buena narración como pedía Walter
Benjamin…aunque una vez llegado, como el viaje de Ulises, quede la pulsión
irreprimible de ir un poco más allá.
Novela, pues,
bellísima, admirablemente escrita y estructurada (o de-construida, para que el
lector haga el esfuerzo de atención que el autor reclama al principio y que al
final agradecerá), “faulkneriana” en su concepción, en la que salen a relucir
las tres Españas del 36, que diría Paul Preston, en el reflejo de unas vidas,
de unos personajes destinados a una existencia feliz truncada por un destino
que va unido al de nuestro irredento país, que parece no acostumbrarse a la
hiperventilación que le produce el uso
de la libertad. Un país que guarda en el armario las negruras inquisitoriales
de Goya o Solana y que las saca a pasear de vez en cuando. Un país y una época
cuyos horrores es bueno narrar, no sólo
en la simple objetividad de la Historia- con ser ello importante- sino en el
reflejo que producen en los seres cotidianos, en los dramas individuales de las
familias y grupos rotos, en la humillación y en la vergüenza que habrán de
reverberar durante mucho tiempo, el suficiente como para que sean tan fuertes
los sentimientos de la memoria, pero también los de la necesidad del olvido.
Una España de posguerra en un pueblo cualquiera, el territorio mítico, a la vez
real o hiperreal de Majer, un pueblo humillado donde el único refugio, el único
bastión de dignidad, acaba siendo un burdel.
José Antonio Montano, el autor, Luis Sanz Irles y Salvador Moreno Peralta
Presentación de "Tulipanes y Delirios", de Luis Sanz Irles, por José Antonio Montano y Salvador Moreno Peralta, 2 de Mayo de 2016, Instituto de Estudios Portuarios de Málaga
http://www.edicionesalfar.es/web/index.php/nuestro-libros/novedades/item/117-tulipanes-y-delirios
Presentación de "Tulipanes y Delirios", de Luis Sanz Irles, por José Antonio Montano y Salvador Moreno Peralta, 2 de Mayo de 2016, Instituto de Estudios Portuarios de Málaga
http://www.edicionesalfar.es/web/index.php/nuestro-libros/novedades/item/117-tulipanes-y-delirios
Cuando hace cuatro
años la editorial Alfar publicó la
perturbadora novela de Luis Sanz Irles “Una callada sombra”- algo más que
un thriller político- irrumpía en el panorama
literario una obra que era ya madura a pesar de ser la primera novela del
autor, lo cual se explica por varias razones: un largo período de entrenamiento
con un libro de poemas, varios relatos cortos, un sinfín de artículos en prensa
pero, sobre todo, por la propia peripecia personal de Luis: un polvorín de
inquietudes, un trotamundos, un curioso impertinente, como los viajeros de la
Ilustración, capaz de saltar de la sociología o la economía a la literatura, de la ciencia a las artes, de
Ulrich Beck a Tolstoi, un hombre con historias a sus espaldas, políglota, un
extraordinario lector de autores
perfectamente elegidos y un cosmopolita de lo cotidiano, que apunta en su
cuaderno de viaje los mil detalles de todos esos mundos que se encuentran en
éste.
José María Valverde,
en su extraordinario Prólogo del Ulyses de Joyce, decía que la ciudad (en ese
caso Dublín) y la vida del autor, forman el material de la obra. Con Luis Sanz,
indisimulado admirador del dublinés, podemos decir otro tanto: “Una callada
sombra” y la novela que hoy presentamos,
“Tulipanes y Delirios”, están
confeccionadas con retazos de la vida del autor y de las ciudades que le
marcaron, especialmente aquellas en las que asentó durante un tiempo su culo de mal asiento y cuya
esencia vivió y se bebió a chorros: París, Amsterdam, Venecia….aunque al final,
las ciudades que constituyen el biotopo de sus personajes sean todas la misma
ciudad: la Ciudad, lo urbano, lo densamente urbano que propicia los encuentros,
los desencuentros, las pasiones, los desencantos, la creación de los
fundamentos épicos de la existencia humana y el inexorable designio que conduce
a sus frustraciones, la ciudad oscura,
nebulosa y gris por la que una especie
de sonda intracorpórea con una lucecita en la punta intenta abrirse paso
trabajosamente en busca de una improbable felicidad. Resulta paradójico que, en manos de un
conspicuo materialista dialéctico como Luis, sus personajes al final queden tan
inexorablemente atrapados por el Destino.
Pero, como podría
haber dicho Umbral, aquí hemos venido a hablar de su libro, “Tulipanes y Delirios”, y no a divagar. Consignemos la dificultad que entraña hablar de una novela que aún no se
ha publicado, y ante un público que aún no la conoce. Si contamos de ella algo
más de lo que el editor se atreve a decir en la contratapa, corremos el
riesgo de destriparla, y nos habríamos lucido con esta presentación. Así pues,
para no ser ni indiscreto ni pesado, lo único que se me ocurre es intentar
transmitirles a ustedes el entusiasmo que a mí me ha producido esta
novela y algunas claves para disfrutar
con su lectura. La clave es simple: se trata de un laberinto con una entrada y
con un final, y la mejor forma de recorrerlo es dejarse llevar por la segura guía
de una narración espléndida, envolvente
y de enorme eficacia descriptiva. Eso sí, mejor que la lean de un tirón o dos,
porque aparte de recibir el premio de vivir una historia intensamente humana,
disfrutarán del placer de su construcción literaria.
El protagonista de
esta novela es Eugenio, un filólogo que trabaja en la emisora de Radio holandesa
para emigrantes y al tiempo ejerce
de contable para un rufián. ¿Los
personajes?: un retablo casi valleinclanesco de emigrantes españoles y
latinoamericanos escapados de lo que en la década de los setenta del pasado
siglo eran sus asfixiantes países, aluvión de personajes asentados en un
Amsterdam concebido inicialmente como refugio y
tierra de promisión. ¿Los lugares?: los bares, restaurantes, casas de
acogida y garitos por los que pulula esta fauna humana que es “La colonia”: El
Hispania, El Trotamundos, El Relicario, El Verdi, El Baby Bell, etc. En ellos
se escenifica la supervivencia, los
encuentros y desencuentros de vidas truncadas, incompletas, de seres que
arrastran el estigma de un fracaso que va minando poco a poco cualquier anhelo
de una pequeña felicidad, no digo ya de plenitud; unos seres que constituyen
mundos, pequeños mundos tristes, y a la vez cómicos, nimios, concéntricos y
tangentes, burbujas que flotan y chocan al azar dentro de una burbuja mayor y
empañada de la que parecen querer escapar y no pueden; están atrapados, como
aquel misterioso grupo de burgueses en el buñueliano Àngel Exterminador, que no podían
salir de la casa, sin nada aparente que se lo impidiera.
Esa burbuja puede
llamarse Ámsterdam, un Ámsterdam que es una atmósfera brumosa, un territorio
mítico, un lugar de acogida y, al mismo tiempo, un sino, una maldición. Àmsterdam es aquí una metáfora:
esta ciudad, como las ciudades nórdicas centroeuropeas son en realidad ciudades
maravillosas en la medida en que sus ciudadanos han construido allí prodigiosos
artificios urbanos en medio de la
hostilidad del clima, en la ausencia de sol. Pero hay como un lado vegetal en
la naturaleza humana que necesita algo de ese
sol para desarrollar la función clorofílica de su espíritu, y como los artificios de la civilización no bastan para
satisfacerlo, por eso reclaman la huida. Los personajes de la colonia española
están seguramente construidos con retazos de aquella fauna con la que Luis debió convivir en sus años holandeses: fragmentos de
humanidad ensamblados por el autor en unos personajes sin duda más reales en el
papel que aquellos de los que pudieran haber sido reflejo. (Èsa es la clave de
toda buena novela) Estos personajes quisieran
escapar, pero están atrapados por el
destino; personajes pirandellianos a la búsqueda de una razón, de algún
artificio que les permita justificar el hecho de vivir fuera de su medio natural; peces fuera del agua, con una enorme capacidad para seguir viviendo
(o malviviendo) fuera de ella, aleteando espasmódica, compulsiva y dramáticamente. Vivir fuera del medio natural
es una forma de cautiverio y cuando se sobrevive en cautiverio la dignidad
humana se acaba resintiendo, aparcando los referentes, la moral, la amistad y
los afectos…(Exagerando un poco, es lo que ocurre en los campos de
concentración). En la anterior novela, “Una
callada sombra”, la férrea disciplina de un partido político era una
forma de cautiverio y también allí se desdibujaba la frontera entre la
ideología liberadora y el fanatismo asesino…….Pero la vida encierra en sí misma
el milagro de su incontenible y tanto en los más pútridos cenagales como en los momentos más inicuos acaban floreciendo los brotes verdes de la
dignidad y la ternura. Es emocionante ver cómo entre la dureza cortada, seca y
desgarrada de unos tipos cruzados de cicatrices
emerge aquí el contrapunto
de esos destellos de ternura.
La peripecia de
Eugenio, el protagonista, es un viaje (toda narración es un viaje, decía Walter
Benjamin), un viaje personal en torno a un mismo lugar geográfico, ese
Ámsterdam en el trasfondo, la voz en off de un Ámsterdam que no habla pero que musita, insinúa, condiciona, envuelve…. Aunque
los personajes lleven allí mucho tiempo, la acción de la novela transcurre
durante un corto tramo de sus vidas en el que el futuro no es
ya que sea negro o rutinario, es que añoran simplemente
que lo haya, por eso atisban las luces del regreso como cuando se entrevé un
paisaje claro a través del ventanuco de una cárcel de muros infranqueables. Mientras estén ahí,
la vida – en ese tramo- no precisa de más justificaciones que las de lidiar con
lo cotidiano, buscando los fármacos que les ayuden a sobrellevar la enfermedad
del presente, porque el presente, cuando no se vislumbra futuro, es una
enfermedad. Estos fármacos, como los tranquilizantes, dependen de su
composición y la intensidad de su dosis;
los hay ligeros, como el verse, relacionarse y engañar las soledades en los garitos de la “colonia”; y los hay más duros, como el sexo y las
drogas. El sexo y las drogas son la ficción con la que unos seres
atrapados se convencen a sí mismos de
que han atravesado la burbuja que les retiene, hasta que vuelve la triste
realidad del post-coitum o el devastador
síndrome de abstinencia, o sea, el “mono”.
En esos siete meses que van desde que Eugenio,
el protagonista, inicia su relato parafraseando al Buck Mulligan del Ulyses en
la figura del extravagante Santos Cea sobre
el mostrador de El Relicario hasta el conmovedor final, los tiempos transcurridos
son distintos- unos más lentos, otros más precipitados- pero todos tienen
su propio tratamiento narrativo y, por tanto, su verdad. (Ya explicaba Vargas
Llosa en “La verdad de las mentiras” que “la
soberanía de una novela no resulta sólo del lenguaje en que está escrita. También
de su sistema temporal, de la manera como discurre en ella la existencia:
cuándo se detiene, cuándo se acelera y cuál es la perspectiva cronológica del
narrador para describir ese tiempo inventado”). No es
lo mismo la huella del tiempo en los personajes al principio de los hechos
narrados que al final, y es este
aspecto, la adaptación del lenguaje a las distintas intensidades de los sucesos,
lo que me parece verdaderamente
magistral, algo sorprendentemente bien resuelto para quien solo tiene dos
novelas en las librerías. Háganme caso y fíjense en esto que les apunto cuando
lean la novela: pocas veces encontraremos una fusión más estrecha entre lo que
se cuenta y el cómo se cuenta. Cada situación se hace acompañar de su velocidad
y estilo justos: utiliza la técnica del asíndeton (ya saben: acude, corre, vuela, traspasa la alta
sierra, ocupa el llano….de Fray Luis de León, con la ausencia de conjunciones copulativas y
disyuntivas), para las descripciones rápidas y la máxima acumulación de
referencias con las que se consigue la completa descripción ambiental; recurre
ahí a la complicidad del lector, pulsando su memoria sentimental al
suministrarle eslóganes, anuncios de radio, letras de coplas populares,
latinajos, etc (trasunto narrativo de las artes plásticas: expresionismo, cubismo, “collage”, de nuevo
el Ulyses)….son todas ellas fórmulas
expresivas que evocan y definen tiempo, lugar y memoria. Se regodea con
minuciosidad de detalles, en tiempo real, en las secuencias de sexo, porque
aquí el sexo, y perdonen la expresión, no es cuestión de un “metisaca”
taurino. Otras situaciones están
tratadas con estocadas certeras hasta la bola de inmediato efecto pero, como
hemos dicho, aquí el sexo, como las drogas, tiene otro significado en el
cautiverio de esta burbuja. Sólo en un perturbado o en un censor de los
antiguos podrían provocar estos pasajes
una pulsión erótica (bueno, la verdad es que alguna perturbación sí provoca, a
qué negarlo…), pero lo que realmente hay ahí es un trasfondo de desesperación, de
necesidad de escape, de suspensión alucinógena del tiempo. Los personajes se
agarran al sexo como los náufragos al tablón en mitad del océano. Hay algo de
crispado, de trágico o incluso de fúnebre en estos pasajes, como si el nubarrón
negro y tormentoso del “Tánatos” se
cerniera sobre el subterfugio fugaz y
placentero del “Eros”. En otras ocasiones el autor recurre a un largo devaneo
surrealista para contar un “tripping” bajo los efectos de la droga, la otra
ficción del escape. O sea, tiempo y estilo perfectamente adecuados a la acción.
Y
ya termino.
Por la acumulación de
los variopintos personajes entrelazados, pudiera pensarse que estamos ante una
obra coral y polifónica, pero nada más lejos de ello: todo está ensartado por
el monólogo interior del
protagonista, una voz que se va modulando a lo largo del relato, una voz que
hace saltar hacia el lector todos los más secretos e inconvenientes
pensamientos íntimos de los personajes, incluido él mismo. Una voz que, como la
de Balzac, Zola, Flaubert, Tolstoi, Joyce, y, en cierto modo, Tanizaki… saca belleza desde las sombras de la
miseria humana, porque la miseria humana es materia de belleza si se abandona
el prisma de la moral convencional y se la mira de frente, sin prejuicios. En
esta novela se mira la realidad desprejuiciadamente, con esa desnudez
primigenia que es condición para que la
literatura sea un arte, un espejo de la realidad más oculta y una forma incisiva
de profundizar en el conocimiento de lo humano.
Si esto es así- y en
mi opinión, lo es- no nos costaría mucho trabajo concluir que, aunque estemos
hablando de prosa, lo que hay aquí, a la postre, es …poesía.
Salvador Moreno Peralta
Querido Amigo:
ResponderEliminarSiendo noche en tu amada España, quiero agradecerte la recomendación de los libros. Encuentro las reseñas totalmente fascinantes y emocionantes, debido a las bondades del avance tecnológico podemos disfrutar de estos tesoros aun en grandes distancias, esperaré la gestión sea ágil y los pueda tener en casa pronto.
Para los autores mi respeto, admiración y total apoyo.
Por tu tiempo y cercanía. Infinitas gracias, es muy agradable y enriquecedor que nos regales novedades de este tipo... Aùn queda mucho por contar...
Misslen.
Misslen...me ha resultado especialmnente emocionante el primero, "Tras la guarida", de un joven farmacéutico excepcionalmente dotado para la literatura (está en la línea Faulkneriana, pero menos complicado). Solo tiene un fallo: la portada es muy bella, pero deja intuir cosas que no deben saberse desde el principìo.
Eliminarun abrazo,
Salvador